Un cuidador es la persona encargada de proveer atenciones específicas y, muchas veces, especializadas a los adultos mayores y personas con enfermedades crónicas. Es decir, en ellos descansa el compromiso de acompañar y mejorar la calidad de vida de la persona a la que cuidan. Los cuidadores cumplen la función de facilitar y proporcionar cuidados para realizar las actividades básicas e instrumentales de la vida cotidiana que una persona mayor no pueda realizar o en la que requiera algún tipo de apoyo, debido a una incapacidad física o mental.
Adquirir el compromiso de cuidar de un ser querido aporta muchas satisfacciones y se nutre del cariño que se tiene a la persona cuidada. No obstante, ser cuidador a tiempo completo requiere de esfuerzos físicos, mentales y de organización del día a día, así como del propio proyecto vital de quien cuida.
En este artículo queremos destacar el trabajo de los cuidadores y que prevalezca el reconocimiento y el apoyo que merecen las personas cuidadoras no profesionales. Sobre todo, porque sabemos que es un tema latente y una necesidad que necesita más atención.
La institución Cruz Roja detalla 12 derechos de las personas cuidadoras sobre los que es importante reflexionar y que son aplicables a cualquier persona que ofrece cuidado a un familiar o ser querido dependiente.
Las personas cuidadoras tienen derecho:
1. A ser reconocidos como miembros valiosos de la sociedad. La aportación desinteresada de estas personas tiene un valor social y económico a menudo intangible y oculto, medido por horas de dedicación o proyectos personales aplazados o renunciados. Se trata de una dedicación mayoritariamente prestada por mujeres del entorno familiar, que cuidan o cuidaron de sus hijos y ahora lo hacen también de sus padres, de su pareja, o de otro familiar o amigo.
2. Al autocuidado. Es muy importante que las personas cuidadoras den valor a cuidarse ellas mismas y que aprendan a hacerlo, siguiendo consejos de los expertos. Su propio bienestar, así como el de la persona a la que cuidan, va a depender en gran medida al autocuidado.
3. A formarse y capacitarse para el cuidado. Cuando cualquier enfermedad se manifiesta en un miembro de la familia, se abre un camino de dudas e incertidumbres sobre qué hacer o cómo actuar. Recibir formación e información específica sobre la enfermedad y conocer cómo abordan situaciones similares otras personas, es un recurso de gran ayuda.
4. A recibir información por parte de los profesionales sobre los recursos disponibles. En ocasiones, las personas cuidadoras no se benefician de recursos sociales, o de otro tipo, por desconocimiento de su existencia o de cómo acceder a ellos.
5. A experimentar sentimientos negativos por ver a su familiar enfermo. A veces, las personas cuidadoras pueden percibir como inaceptables algunos de sus pensamientos o experimentar emociones negativas hacia la persona enferma. Para evitar consecuencias negativas en la salud mental de quien cuida, es fundamental comprender que todos los sentimientos derivados de una situación tan compleja y desconcertante son válidos y que es clave aprender a identificarlos y manejarlos. Para esto, es necesario contar con el apoyo de toda la familia y reconocer que todo el peso del cuidado no recae sobre una sola persona. Cuidar la individualidad y reafirmar el compromiso de la familia en el proceso del cuidado.
6. A poner límites a las demandas excesivas. Sentirse en la obligación de responder a todas las demandas o asumir más responsabilidades de las que a uno le corresponden suele ser un precipitante de sobrecarga, o del llamado síndrome del cuidador.
7. A pedir ayuda. A menudo, los cuidadores son renuentes a pedir ayuda, algo que puede derivarse de falta de asertividad o de no ser respetuoso con sus propias necesidades. En otras ocasiones, no se sabe cómo pedir ayuda de forma eficaz, algo que se puede aprender y que redundará en el bienestar propio.
8. A dedicarse tiempo sin tener sentimientos de culpa. Cuidar de un familiar suele incrementar los niveles de estrés y agotamiento físico, mental y emocional. Es fundamental que las personas que ofrecen cuidado reserven espacios de tiempo para ellas mismas, que les permitan distraerse y relajarse.
9. A expresar sus sentimientos. Las personas cuidadoras pueden temer sentirse juzgadas por los demás si expresan o manifiestan su sentir, o pensar que se les pueda malinterpretar. Contar con espacios para compartir sentimientos y emociones sin ser juzgados, como los que ofrecen diversos grupos terapéuticos, ha demostrado ser de gran ayuda en el bienestar de estas personas.
10. A equivocarse. Cuidar de una persona supone un constante abordaje de situaciones complicadas y cambiantes que requiere la toma de infinidad de decisiones, haciendo dudar al más clarividente. Es un proceso de aprendizaje continuo que se nutre de la experiencia y, por tanto, de los aciertos y de los errores.
11. A ser tratadas con respeto. El que una persona asuma la responsabilidad del cuidado de un familiar no debe llevar a otras a presuponer muchas cosas o a desentenderse de la situación. Conocer y manejar las propias habilidades emocionales y ser asertivos son herramientas clave para hacerse respetar.
12. A cuidar de su futuro. Es innegable que el cuidado de un ser querido invade los esquemas y planes futuros de la familia y, particularmente, de quien se responsabiliza de su cuidado. No obstante, es importante pensar en el propio futuro, algo que puede ser de ayuda para sobrellevar el duelo cuando la persona cuidada ya no esté.
Si bien es cierto, el cuidado de las personas mayores recae sobre un familiar de confianza y la familia es quien asume la responsabilidad, no es sólo un problema que le compete a la familia. Toda relación entre cuidador y persona que recibe el cuidado, es también un problema social, económico, político y sanitario. Reconocer esta problemática, hoy en día, abre un largo camino para defender los derechos de las personas cuidadoras y asumir un compromiso por mejorar las condiciones de cuidado.
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